Monday, March 26, 2007

Trabajar en familia
Aracelys Avilés Suárez

“Yo no crío perro; pa’ echarle comida a un perro, se la hecho a un puerco”, protesta Deisy desde la cocina, a más de 640 metros de altura del nivel del mar, en la Academia de Ciencias de Pinares de Mayarí. Los caninos siguen merodeando, hasta que por fin, logran una mirada de piedad y algún bocado.

Esta es la ceremonia de casi todos los días. El comedor es el punto de partida para que los trabajadores del lugar comiencen la jornada y se reencuentren cada vez que llamen el estómago y la buena sazón.

Tal vez ya no se den cuenta, pero en este lugar el olor a madera de pinar se desborda, de la misma forma en que lo hiciera hace 40 años, cuando se inició la construcción de las instalaciones, en un principio destinadas a una Estación de Meteorología, un Museo de Ciencias Naturales, y una Estación Sismológica.

En 1988, surge el Plan Turquino-Manatí. Su impacto en la montaña dio una nueva perspectiva al trabajo de la Academia, que desde entonces se convirtió en un centro de investigación, para dar cauce a las necesidades socioculturales y ecológicas, del recién creado Plan.

Cuatro años después, toma el nombre de Estación de Investigaciones Integrales de la Montaña (EIIM), con la anexión de una Estación Forestal, que funcionaba cercana al lugar.

La Academia es ahora el hogar de 37 obreros, que van y vienen, movidos por la naturaleza de su trabajo. Algunos pasan días sin volver a sus casas, otros alternan las horas diurnas con las de la noche, pero siempre hay alguien dispuesto a recibir al visitante, con ese aire familiar de las personas humildes.

Fuera de la Academia

El quehacer más importante de la Estación se concentra en las investigaciones sociales, los estudios ecológicos, de medioambiente, y los forestales. Todo se cocina en la dirección, bajo la tutela de Rafael Salazar, director de la entidad.

En cuanto a la gestión forestal, en específico, apunta: “se ha logrado la rehabilitación de áreas degradadas por la minería; el aumento del rendimiento de las coníferas, en más de un 15% de madera y resina; y la protección de 19 especies forestales”.

El grupo de Ecología y Medioambiente tiene a su favor la implementación de Programas de Gestión Ambiental para las cuencas hidrográficas. Como resultado, en la última etapa se logró el mejoramiento de 60 Ha. de suelos en áreas de las cuencas. Rafael comenta que el equipo ha realizado, además, Programas de Educación Ambiental; Planes de manejo de áreas protegidas; Servicios de herborización y clasificación de especies de la flora y Estudios de impactos en el medioambiente.

Para el 2007 la Estación se proyecta con el diagnóstico de las cuencas secundarias de Mayarí, la realización de trabajo comunitario con el objetivo de mejorar las condiciones ambientales en el asentamiento poblacional “La Mina” de Pinares y la cuenca hidrográfica de esta zona.

"Tras la huella del jove Fidel" es uno de los proyectos de mayor envergadura emprendidos en la Estación. Félix A. Sabina, y dos investigadores sociales de la Estación, junto a algunos estudiantes de las sedes universitarias de Mayarí trabajan en el reconocimiento de los itinerarios que en sus años de infancia y adolescencia hiciera el máximo líder de la Revolución Cubana, desde su casa en Birán hasta la Sierra de Nipe.

Los objetivos del estudio abarcan, además, la descripción de la vegetación, la realización de un mapa de la ruta y la redacción de un folleto donde se recojan los resultados más importantes. Aunque sin dudas el estudio hace aportes a la historia, se perfila en mayor grado por el corte antropológico, pues recoge las vivencias de un hombre, su modo de actuar y sus relaciones interpersonales en ese período de vida. Afirma Félix que ya se han ubicado algunos informantes claves en Birán.

Mirar al cielo

Félix es uno de los 24 trabajadores que se dedica a la actividad de investigación, su faena va mucho más allá de este lugar increíble de casas hechas con madera, ventanas de cristales divididas en cuatro espacios, y flores silvestres y exóticas. Por eso Félix se va, alzando el polvo de tierra roja.

Aquí se queda Papito, como le dicen todos. Hace casi 25 años trabaja en la Estación Meteorológica. Hoy es el especialista principal y el encargado de supervisar el trabajo de los cinco operadores que tiene bajo su mando, aunque a menudo él mismo hace las mediciones.

El tiempo no espera. Primero observa la cantidad y altura de las nubes en los cuatro puntos cardinales. Todas tienen su clasificación, “aquellos son nimboestratos” me explica. Después mide la presión atmosférica con el barómetro de mercurio, luego la temperatura, la humedad, la dirección y velocidad del viento. Con la agilidad de la experiencia calcula aquí, anota allá y sale disparado para codificar y luego transmitir sus datos al Centro Meteorológico Provincial.

De su mirada y habilidad depende la predicción del tiempo, un misterio que el hombre ha tratado de resolver desde que Aristóteles escribiera su tratado Meteorologica, el estudio sobre “las cosas que han sido elevadas”.

Papito no vive en la Academia, pero pasa una gran parte de su tiempo en ella. Cada tres horas debe explorar el mundo atmosférico en busca de nuevas señales, o asesorar a quienes lo hacen, no importa si es el sereno nocturno o el sol quien lo acompaña.

Ya se siente frío, la noche está cayendo. Los perros vuelven a la cocina, en busca de algo que masticar. En las mesas se reúne la gran familia, Papito, y el resto de sus compañeros. Deisy sirve su sopa deliciosa. Y como todos los días, el olor del pinar inunda, acaricia.

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