Tuesday, March 13, 2007

Una casa para compartir
Aracelys Avilés Suárez

ara@ahora.cu
Fotos: JPablo

“La soledad es un pájaro grande multicolor que ya no tiene alas para volar” dice el cantautor Pablo Milanés y en más de una ocasión se han asociado sus palabras a los que viven en la tercera edad. Asimismo se identifican con la vejez las ideas de inactividad, letargo o espera del fin. Sin embargo, los miembros de la Casa de Abuelos del municipio Mayarí cuentan otra realidad.

Desde su mesa de dominó nos saludan alegres, los rodea la luz de la mañana y la paz de saberse acompañados en la última etapa de su vida. Hace unos años no existía allí más que una casa vieja y desalojada.

Un hermanamiento con el municipio de la comunidad madrileña, Alcorcón, a través de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), propició la creación de esta Casa de Abuelos donde diariamente comparten alrededor de 50 personas, junto a una trabajadora social, una terapeuta, estudiantes de Rehabilitación y el personal de servicio.

Maria Justina, una de las abuelas, asegura que en las mañanas se desespera por llegar, y que ni aún la lluvia ha logrado mantenerla en casa. Ella es viuda y tiene dos hijas que trabajan fuera, por eso ahora su familia más cercana es este círculo de contemporáneos que la rodean a diario.

Los ancianos llegan a la institución a través del Médico de Familia. Este se encarga de buscar en su área de salud, personas con más de 60 años, que estén aptos física y mentalmente y que permanezcan solos en la casa más de 8 horas.

Las mañanas empiezan con ejercicios monitoreados por un profesor del Instituto Nacional de Deporte, Educación Física y Recreación (INDER). Después del desayuno, y como parte de la labor terapia, los hombres atienden el jardín, las abuelas ayudan en la cocina con la limpia del arroz, y otras barren. En los horarios de la tarde las actividades varían, en ocasiones se dedican al cine, otras a la literatura.

Cada tres meses se hace una actividad. Las opciones van desde cumpleaños colectivos, viajes a la playa, o conmemoraciones de fechas especiales como el día de las madres y de los padres, el fin de año o el aniversario de la casa, fundada en el 2000.

Tejer, crear…

“Quisimos recordar la época en que veíamos a nuestras madres tejer” expresa Estrella, una de las integrantes del grupo de artesanas del centro. Con orgullo exponen sus piezas en una pequeña sala a la entrada de la casa.

Con la ayuda de Esther Matos, miembro de la ACAA, y el esfuerzo propio, han logrado un trabajo sostenido que se vincula muy de cerca a la sociedad. Un ejemplo de ello es la canastilla que regalan al primer niño que nace el 28 de enero en conmemoración al natalicio del Apóstol José Martí. En sus aproximadamente seis años de creados han expuesto en el Centro de Arte de Mayarí, y en otros espacios galéricos.

El arte de saber vivir

Ariel Pupo Zapata recientemente escribió un poema dedicado al presidente cubano Fidel y a los cinco héroes prisioneros del imperio. Hace algunas noches los mayariceros fueron a la Casa de la Cultura para oírlo recitar. Ariel pertenece al Taller Literario de su Casa de Abuelos.

Uno toca la guitarra mientras los demás cantan y recuerdan la música que vivieran en sus años mozos. Los que pertenecen al grupo de danza ensayan un día de la semana con el instructor de la Casa de la Cultura, en otra sala se oyen las voces de quienes representan “Francisca y la muerte”, su obra más conocida, aunque este pequeño grupo de teatro ya ha montado “El caballero de Pogolote” y “Las abuelas se revelan”.

Las Cátedras Universitarias para el Adulto Mayor comenzaron. Los cursos básicos y opcionales que se ofrecen tienen como objetivo elevar la autoestima de quienes arriban a los “años altos” y prepararlos para enfrentar una vejez satisfactoria.

Algunos abuelos nos miran extrañados, se sienten los golpes de las fichas de dominó en la mesa, y el balancear de los que no alcanzaron puesto o que prefieren conversar con sus amigos. Al final un grupo se acerca y conversamos. “Esta es mi otra casa, mejor no la quiero” me comenta Adela, otra de las adultas mayores que habitan el lugar.

En esta geografía no da miedo llegar a la tercera edad. Ir en contra de la inmovilidad y la inercia es el lema de la Casa, hecha para compartir y celebrar la vida.

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